Acabo de llegar a la casa y me he sentado frente a la pantalla para contarles lo que nos ha pasado hace más o menos media hora.
Resulta que estábamos, como siempre, los tres amigos del teatro,
Escoba, Bacín y Trapo, haciendo unos trámites diversos. Escoba tuvo que bajar en una entidad privada y los otros dos nos quedamos en la camioneta. Como no se podía estacionar en la puerta de la entidad, comenzamos a dar vueltas alrededor de la cuadra haciendo tiempo.
Después de muchas vueltas terminamos mareados, de manera que nos estacionamos en una avenida principal llamada Pablo Carroquirí, en la cuadra 4. Es una avenida amplia, con jardín central, y cuatro carriles en total, dos de ida y dos de vuelta. A pesar de ser amplia, la avenida es muy tranquila porque no pasan muchos autos ni unidades de transporte público. A veces parece que ni siquiera pasa gente caminando.
Para distraernos, tomamos el manual del propierario de la camioneta. Trapo bajó de la camioneta para fumarse un cigarrillo. Se paró en el sardinel y se acodó en la ventana del copiloto en la que yo estaba sentado con la finalidad de revisar juntos el manual, pues he decidido vender la camioneta. Estábamos estacionados en la pista, junto a un jardín en muy mal estado bajo la sombra de una acacia ponciana chica. La sombra nos vino bien porque el sol matutino estaba pegando fuerte.
De repente, de la nada, apareció un sujeto de unos 30 años, aparentemente normal de salud física y psíquica y también parecía inteligente en el idioma castellano, como dicen los notarios. Dirgiéndose a Trapo, le dijo con aire de suficiencia: "por favor retírese de este lugar porque está usted aprovechando la sombra de mi arbolito, que yo riego y cuido. Además, está pisando mi jardín".
Nos quedamos turulatos y patidifusos, nos miramos sin saber si reír o tomarlo en serio. Estiré el cuello para ver si lo que decía el caballero era cierto, pero pude comprobar que Trapo NO estaba parado en el jardín sino en el sardinel. La mejor prueba es que el humo de su cigarro estaba al nivel de mi cara. (Advertencia para Trapo: de nada vale que te bajes del auto para fumar si me vas a tirar el humo en la cara.)
Trapo, de lo más tranquilo y educado, pero sin entender absolutamente nada, al igual que yo, se movió hacia la parte delantera del auto con el manual en la mano y siguió mirando lo que la había pedido buscar. El sujeto lo siguió y le dijo: "ya le dije, señor, mueva su auto porque está usando usted la sombra de mi arbolito".
Trapo le preguntó qué ley le impedía estar a la sombra de un arbolito en plena calle, y agregó, medio tragándose la risa y medio intentando parecer serio: "yo no estoy estacionado en su garaje, estoy en la pista. No entiendo por qué mi amigo, que está algo mal de salud, no puede estar cómodo debajo de la sombra de un árbol. Además, no entiendo a usted qué le puede importar dónde me estaciono yo".
Vinieron dos o tres intercambios similares, donde el tipo insistía que no podíamos usar la sombra de su arbolito y Trapo le decía que no había nada que lo prohibiera y que no se iba a mover de ahí en tanto no lo llamaran por teléfono.
Hasta que al tipo lo salvó la campana, porque Trapo no es de aguantar tanto. Sonó el teléfono: era Escoba diciendo que ya había terminado y que nos esperaba. Así que le avisé a Trapo levantando la voz porque estaba un poco lejos. Y el sujeto se volteó hacia mí y me dijo: "no me grite".
Al final, Trapo me hizo caso, se regresó al volante y partimos. Al hombre lo dejamos parado, hablando solo.
Media cuadra más adelante, reventamos a reír a más no poder. Cuando se lo contamos a Escoba, pensó que exagerábamos. Pero les juro que no es exageración, es verdad. Pasó tal como lo cuento acá.
Hasta ahora me sigo riendo.
Todavía existen tarados.