lunes, 28 de noviembre de 2011

Agua por todas partes

Ayer domingo 27 de noviembre, me ocurrió algo que no se lo deseo a nadie.

Resulta que a eso de las cuatro de la mañana, necesité de la enfermera que me ayuda de noche. Cuando en eso escucho su voz que, alarmada, me dice "Doctor, doctor, el agua me llega a los tobillos. El departamento está totalmente inundado".

Efectivamente, los cuatro dormitorios, la sala, el,comedor, los tres baños, la cocina, el patio, el escritorio. Todo, absolutamente todo el departamento estaba lleno de agua. Lo que había pasado era que se había roto una tubería de la cocina. De los tomacorrientes salían chispas, y de todos los ladrones (cables extensores) salían chispas y humo. Eso quería decir que el agua podía estar electrizada. Le advertí a la enfermera que no pisara el suelo pues se podría electrocutar, pero me contestó que si no le había pasado antes, ya no le iba a pasar.

Gracias a Dios, era agua limpia.

Inmediatameente apagamos la llave general de luz. Llamamos al portero para que cerrara la llave general del agua, que de pura desesperación la chica no encontraba. Al cerrar la llave de agua, con el portero y la enfermera mojados prácticamente de pies a cabeza, se verificó que la inundación era total. A mayor abundamiento, cuando quise llamar por teléfono (imagínense, a las 4 de la mañana), el teléfono inalámbrico estaba totalmente descargado porque el agua había mojado el enchufe. Felizmente, sin mayores consecuencias.

Total, desde mi celular llamé al gasfitero, quien a esa hora me contestó sin dudar. Como vive muy lejos, le dije que se tomara un taxi y viniera a mi casa inmediatamente. Además de ser gasfitero es mi amigo, así que acudió a mi llamada tan pronto como pudo. Llegó a la casa a eso de las 5 am. En ese lapso, el portero y la enfermera se habían encargado de barrer hacia el patio y de ahí a las cocheras de mi edificio, toda el agua. Eso era casi una misión imposible.

Pensé en llamar a los bomberos, pero me pareció que no me iban a hacer caso. Después pensé en llamar a la policía, cosa que también descarté. Opté por llamar a mis tres taxistas amigos, a fin de que vinieran a ayudarme a sacar el agua. Y cuando llegara la hora en que las tiendas estuvieran abiertas (¡en domingo!), fueran a comprar lo necesario para las reparaciones. De los tres, solamente uno estaba en servicio, y se constituyó en la casa en el término de la distancia. Justamente fue el más habilidoso, al menos para estos avatares, y se puso a dirigir las operaciones con bastante acierto. Empezaron a sacar las alfombras, empapadas completamente, y a extenderlas en la cochera. Desenchufaron todo lo que pudieron.

Antes de seguir, debo mencionar que el piso de la casa es de madera laminada, esa que no se debe mojar. El agua ha hecho que se levante todo. El piso lleno de grumos, como burbujas dentro de las láminas.

Tres horas después, cuando terminaron de sacar el agua, partieron el taxista con el gasfitero a comprar el repuesto de la pieza que había causado todo el estropicio, con sus respectivos insumos. En ese momento, comencé a enchufar los aparatos eléctricos, a fin de verificar que computadora, televisor, CD, DVD y demás estuvieran funcionando. Descubrimos que todos los cajones de la cocina estaban llenos de agua, los cajones de más abajo y los de más arriba (a casi un metro de altura. ¿Cómo llegó el agua hasta ahí? No tengo idea).

Hoy, el día siguiente, hay que reorganizar todo: poner en orden la casa, regresar las cosas a su sitio. En fin, todo lo que hay que hacer para dejarla habitable nuevamente.

Como alguna vez dije, prefiero hacer del menos un más. Voy a tener las alfombras limpias y un piso nuevo.

martes, 22 de noviembre de 2011

El fundo del tío Felipe

Mi madre era de Chincha, una pequeña ciudad ubicada a 200 km al sur de Lima, distancia que se hace fácilmente en una hora y media. Mi padre tenía un auto marca Jaguar, auto inglés de color verde y con interior de madera. Era el "Rolls Royce en serie" según mi papá, que estaba orgullosísimo de tener una de máquina de las que había muy pocas en Lima.

Todos los meses, mis padres escogían un fin de semana para visitar a la familia y a los amigos y el sitio de encuentro era el fundo del tío Felipe. Era un fundo de unas 250 hectáreas donde se sembraba algodón, que al momento de la cosecha parecía un manto de nieve.

El mayordomo se llamaba Antonio y era el hombre orquesta pues hacía de todo. Y yo ahí, junto a él siempre. Como cuando ordeñábamos a las vacas. Antonio también hacía la mantequilla y el queso. Nos levantábamos a las 5 am para efectuar todas esas faenas, y conmigo como ayudante, el desayuno estaba listo para las 7:30 am en punto, luego de que pasara el panadero en su burro portando sus sacos de pan calentitos. Siempre le comprábamos dos sacos de pan, que con la leche recién ordeñada, la mantequilla recién hecha y el queso preparado el día anterior era un verdadero manjar de los dioses. Esto hubiera hecho las delicias de mi amigo Renzo.

Después del desayuno, salía yo a la chacra a jugar con los hijos de los peones de la hacienda. Jugábamos a las escondidas entre los matorrales de algodón. También jugábamos a la yunza, sin cansarnos nunca. Montábamos a caballo y escuchábamos las tenebrosas historias de Juan Joya, el joven tractorista que años después fuera famoso jugador de fútbol del Club Alianza Lima y que creo que llegó a pertenecer a la selección peruana. Pero ese dato lo tendría que confirmar mi amigo Esteban Lob, blogger que de fútbol sabe más que las arañas.

Y así pasábamos el día.

Los domingos, Antonio preparaba un cochinillo al palo que devorábamos chicos y grandes, y que regábamos con un vinito que se hacía en la hacienda del costado.

Esta fue una costumbre que se repitió durante años hasta que el tío Felipe vendió el fundo.

Pero ahí no termina la historia. Lo demás es muy penoso, pues quien compró la propiedad era uno de los amigos que frecuentaba las reuniones semanales. Con la Reforma Agraria impuesta por el gobierno militar (1968-1980), surgió un organismo que manejaba el cruel aparato del gobierno militar llamado Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social). Esta entidad mandó rayar las dos pistas de aterrizaje que tenía el fundo para que no pudieran aterrizar las avionetas que arrojaban el arseniato que protegían el algodón de los bichos. En un enfrentamiento muy violento con armas de fuego entre los hacendados y el Sinamos, al nuevo dueño de la hacienda de tío Felipe le cayó un balazo y...

Recuerdos de una niñez feliz que no se irán jamás.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Olor a primavera

El otro día pasé por un parque y sentí el olor a césped recién cortado, a plantas y flores que volvían luego de uno de los inviernos más duros que he pasado en los ultimos tiempos.

Ese particular aroma me remontó a mis 14, 15 y 16 años ("juventud, divino tesoro") cuando el entonces nuevo local de mi colegio estaba en construcción sobre un terreno inmenso sembrado de grass japonés. Los pabellones donde se ubican las aulas están dispuestos de tal manera que no importa dónde sea tu asiento dentro del salón, puedes ver los jardines que rodean todo el colegio. Los ventanales eran inmensos, y siguen siéndolo. Cuando se abrían las ventanas, el olor a césped mojado recién regado, el de las plantas y flores lo inundaba todo. Para mí, era la primavera que se anunciaba.

Ese olor tan particular, que conforme pasaban los días era más penetrante, producía en mí sensaciones diversas. Entre otras, un profundo bienestar, me daban ganas de estudiar más, lo que me caía de perillas pues los exámenes de fin de año se venían al galope. También sentía ganas de hacer cosas fuera de lo común, y terminaba llevándole flores a la estatua de la Virgen. Tenía una sonrisa que no se me borraba nunca, conseguía un nuevo amor, todos los días me presentaba con el uniforme impecable. Llegaba noviembre y ya me había transformado en todo un Lord inglés.

Y como todo un Lord me presentaba a los exámenes finales, donde jamás fui reprobado.

En ese preciso instante me desperté de mis recuerdos, me paré de la silla de ruedas y me puse a caminar.