lunes, 16 de julio de 2012

El duelo

Llegué al Campo de Marte a las 6:00 am en punto, conforme al acuerdo previo que nos habían alcanzado por escrito los padrinos, tal como lo dicta el uso y la costumbre para estos menesteres en particular. Mi padrino, don Alfonso del Balón y Dassa, gran amigo desde nuestra infancia vinculado de joven a los afanes mineros, experto manejador de carruajes y de muy rancio abolengo, se había adelantado con la finalidad de verificar el estado en que se encontraban los floretes y alabardas que iban de ser usados en el encuentro.

Yo había pasado la noche entera pensando (y no orando, pues ustedes saben que soy poco creyente) en la capilla del Carmelo para que todo fuera con bien. Entre otras personas pensé en Roxanne, de quien en un principio me enamoré de su rostro y luego me enamoré de su alma, y también pensé en el impertinente jovenzuelo de cuya falta para con doña Roxanne era, o no, tan grave como mis ojos llenos de amor por ella pudieran exageradamente percibirlo.

El suceso que para mí causó un serio daño al honor de tan apreciada dama fue el siguiente: dirigiéndose por la Vía de los Reyes ella en su carruaje, un domingo a misa de 12, como era su costumbre, luego de la irreparable pérdida de su esposo, al parar frente a la capilla e intentar bajar, por coincidencia pasaba por ahí un díscolo joven que no tuvo la gentileza, y yo diria la cortesía, de abrirle la puerta del carruaje ni de colocar su capa sobre el charco de agua que existía en la vía. Esto ocasionó que otro coche, conducido por ebrio personaje, la salpicara con las inmundas aguas del charco, con lo cual su colosal vestimenta quedó hecha añicos y su bello rostro quedó igualmente manchado de barro. Semejante desatino de parte del joven, no muy bien criado, con el agravante que continuó su camino sin detenerse siquiera a brindarle las disculpas pertinentes a la dama afectada por tan terrible suceso, no podía dejarse pasar por alto.

Al día siguiente, en la Calle del Solar, me lo encontré conversando alegremente con un grupo de amigos como si nada hubiera pasado. Es entonces que me acerqué a él increpándole por su pésima conducta del día anterior. Al contestarme de muy mala manera, delante de todos los presentes, le lancé el guante retándolo al duelo que nos ocupa. Él aceptó enviándome a su padrino, quien me notificara que había escogido el florete y audazmente la alabarda. Es que, ya ustedes saben, así son los jovenes de este Año del Señor de 1600. Y digo audazmente la alabarda, pues había una gran diferencia de edad, él de 20 años y yo de 35. Además, tenía yo la herida que me había hecho en la garganta en la batalla de Arras, y no podía cargar mucho tiempo con semejante peso.

Mi contricante era un rapaz llamado Cristóbal de Santa Maria y Lorente, de buena y adinerada familia, y su padrino don Rafael Fornnachi y Teress, quien había sido padrino en muchas justas, experto en leyes y destacado conciliador. No en vano se había ganado el apelativo de don Rafael "el Justo".

Una vez cumplido el ritual de escoger las armas (nos habían dado a elegir entre tres tipos de florete y de alabarda) mi experiencia hizo que prefiera el mango italiano. Pero a todo esto yo sabia que el audaz Cristóbal había escogido el florete, pues este aunque hace daño no mata, ya que tiene un botón de protección que cuida que el usuario salga herido, pues es más que todo un elemento deportivo. En cambio, las tres alabardas estaban muy fuertes, altas y pesadas. Luego don Alfonso, mi padrino, pidió hablar a solas con don Rafael. Ambos contrincantes consentimos que esa reunión se llevara a cabo.

Mi padrino, que era un hombre de iniciativa, le planteó el caso de los floretes a don Rafael "el Justo" y llegaron al acuerdo que el florete no podía ser arma que debiera usarse en duelo; entonces fuimos informados de que se había cambiado el uso del florete por la espada y, por supuesto, la alabarda. Cuando llegó la instancia del saludo correspondiente que precede al combate, los padrinos nos hicieron un pedido algo extraño, que era que pusiéramos muchísima atención a lo que nos iban a manifestar. Los dos se dirigieron primero al joven Cristóbal, preguntándole si él estaba dispuesto a pedirle disculpas a la dama víctima de su irresponsabilidad. Luego, dirigiéndose a mí, me expusieron la idea de cancelar el duelo si es que Cristóbal efectivamente se disculpaba públicamente con ella. Entre los dos padrinos leyeron un texto sacado del libro sagrado:
Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:
Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado.
Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar.
Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar.
Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse.
Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar.
Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz.
Eclesiastés 3, 1-8

Continuaron, dirigiéndose a ambos, expresando su deseo de que al fin y al cabo también había un tiempo para aceptar los errores de los demás, y un tiempo para reconocer esos errores, pidiéndonos que dejáramos las armas, y que al cumplir el joven con disculparse con Roxanne públicamente, todo quedara en el olvido como una cuestion muy desagradable pero meramente anecdótica

Yo pensé que tal vez había exagerado el incidente pero permanecí callado hasta que el jovenzuelo dijo "estoy dispuesto a ofrecerle mis disculpas públicas a la dama, pues en verdad creo haber obrado de mala forma, y quisiera solicitarle su perdón, Maese Cyrano, por haberlo maltratado de palabra". ¿Lo dices honradamente?, le pregunté. Si, me respondió. Entonces, vete en paz que un hombre honesto no es ni francés, ni alemán, ni español. Es un ciudadano del mundo y su patria está en todas partes.

martes, 10 de julio de 2012

A mis estimados lectores

Estaré ausente unos días, debido a un duelo con  florete y alabarda que tengo en el Campo de Marte con un tipejo que faltó al honor de una dama llamada Roxanne.