martes, 4 de marzo de 2014

El perro de la tía Vero

En mi reciente viaje a Chile, a comienzos de febrero, fuimos con la familia a la casa de la tía Vero, que tiene un perro que me recordó mucho al can que mencioné en mi entrada anterior. Era un hermoso animal manso, bueno, grande, de cola muy inquieta, curioso, blanco, en fin, todas las cualidades que hacen que uno quiera darle golpecitos cariñosos en la cabeza a pesar de ser un perro desconocido.

No solamente me hizo pensar en aquel perro visto al azar en una calle limeña semanas antes. También me hizo acordar a mi perro Leo, un pastor alemán que fue mi fiel compañero durante 18 años. Todavía me emociono cuando recuerdo a este querido amigo. En los tiempos de Leo conocí a Pablo, quien sigue siendo mi gran amigo, y que además es criador de perros. Pablo es una de las dos personas que escribieron prólogos para mi libro, El párkinson y yo.

Volviendo a la visita a la tía Vero, fue un día de campo con la familia de mi segundo hijo, un tremendo familión que lo pasó de lo mejor, tres generaciones unidas en una jornada memorable en una casa rural a las afueras de Santiago que nos permitió pasarla muy bien juntos, disfrutar de nuestra compañía mutua y generar recuerdos para las generaciones que recién están creando sus memorias. Por mi parte, nunca olvidaré los afanes de Gladys de recolectar toda la fruta que pudo, para que la suegra de mi hijo pudiera hacer una deliciosa mermelada que después compartió con todos nosotros.

Ese día, escuchando los gritos infantiles, las risas de todos, mirando al perro cuyo nombre he olvidado, tratando de captar hasta el más mínimo detalle de lo que veía, oía, sentía y percibía pensé que la felicidad se trata de eso, de momentos, de instantes que si no los captas se te escapan para siempre. Por eso lo eternizo en esta bitácora, para que ese memorable día quede registrado en palabras escritas, que siempre son más tangibles que los recuerdos que no se comparten.

El día terminó de manera deliciosa, a la altura de las circunstancias: comiendo empanadas y pastel de choclo. ¿Qué más se puede pedir?

Ya desde Lima, hago llegar un saludo a mis amigos blogueros santiaguinos, con lo que esta vez no me pude reunir. Quedará pendiente para una nueva oportunidad. Así lo espero.