martes, 26 de abril de 2011

Recuerdos III - continuación

Este post es parte de la serie Recuerdos.

Ver la primera parte acá.

En el bus recorrimos casi todos los países: Francia, Italia, Alemania Federal, Inglaterra, Bélgica, España, Portugal, Suiza. He aquí algunas anécdotas.

Apenas se inició el viaje, a la hora de contarnos, éramos 39. Uno había desaparecido. Era Gustavo, y no volvimos a saber más de él durante los tres meses, con la preocupación de los que estaban a cargo de nosotros. Finalmente apareció en el mismo lugar de la partida, el último día del viaje. Cuando le preguntamos a dónde había ido, no dijo nada. Hasta la fecha, es un misterio sin resolver.

Era pleno invierno en Europa. Hacía un frío terrible. Cuando con el bus íbamos a cruzar la frontera para entrar a Italia, le escondimos el pasaporte a Augusto y no surgió mejor idea que esconderlo en el compartimento de carga que quedaba debajo del bus. Esconder a Augusto en el compartimento de carga, no a su pasaporte, significó que a la hora de salir de su singular escondite estuviera casi congelado. Felizmente fue un tramo corto. Lo subimos al bus para abrigarlo. Recuperó el color y continuamos con el viaje.

Lo que hasta ahora ha sido un misterio para mi es cómo hicieron los curitas para que Augusto saliera de Italia, si nunca había entrado.

César se enamoró perdidamente de una dama de la vida alegre, a nivel que se quería casar con ella. Esto sucedió en Roma, donde César se quedó. Luego de una semana nos dio el alcance no me acuerdo en qué lugar, apenado hasta el llanto, por no haber logrado contraer matrimonio con su amor imposible.

¿Alguna vez han sufrido un choque entre su imaginación y la realidad? Me sucedió con el Coliseo Romano y la Capilla Sixtina pues, de tanta película de la época, imaginaba el Coliseo como algo enorme, monumental. Pero cuando lo visitamos, resultó ser como una tercera parte de lo que había imaginaba. Y la Capilla Sixtina, cuya cúpula siempre había imaginado pintada con la Creación del Hombre, resultó que contenía solamente ese fresco sino todo el Antiguo Testamento. Por lo tanto EL fresco se me redujo considerablemente y la enorme idea y fascinación que me creaba imaginar un fresco gigantesco se vio empequeñecida a una mínima expresión.

Ustedes van a tener que perdonarme la forma en que les estoy contando esta aventura, pero los recuerdos vienen vertiginosamente, y de igual manera se van. Total, han pasado 47 años: nosotros nos fuimos todo el verano peruano de 1964 y tienen que considerar que éramos unos chiquillos con 15, 16, 17 años a cuestas.

Continúo con los salpicados recuerdos de tan maravilloso viaje.

Estando en Italia, ¿cómo no ir al Vaticano? Todos van al Vaticano, pero el hermano Daniel, uno de los tipos mas inteligentes y audaces que he conocido en mi vida, un chato ocurrente y maravilloso (su pequeña estatura no le había causado complejo alguno) nos tenía una sorpresa increíble: una audiencia privada con el Papa Paulo VI. Privada de verdad, no esas audiencias privadas donde van solamente unas 100 personas. No, privada. Exclusivamente para nosotros. El Papa nos dio la bienvenida, y pasamos uno a uno a saludarlo. Lo que me impresionó fue el anillo que portaba, que tenía forma de cruz, hecho de madera. El Papa era sumamente delgado y su cara era la de un hombre rudo pero siempre sonriente.

A todos nos regaló una medalla así de grande.

Un día en Alemania, me moría de hambre, así que me metí a un restaurante para comer algo. Al respecto, ya me había aprendido cómo decir "pan y agua" en todos los idiomas. Menos en inglés. Ese si lo sabía y lo hablaba bien. Lo había hecho pensando que si en algun momento me perdía en algún lugar, por lo menos no moriría de sed o de hambre. Pero estamos en este restaurante, el mozo me dio la lista de comidas y yo no entendía porque todos los platos estaban escritos en alemán.

Yo le pedía al mozo "Brot und Wasser", haciéndole una serie de gestos, hablándole en inglés. Hasta que el mozo salió con "no sigas sufriendo más chaval. Soy español así que entendámonos mejor en nuestro idioma".

En Londres, todo era al revés. Antes de cruzar la calle, mirábamos por un lado y resultaba que los carros venían por el otro. Y no se caracterizan precisamente por su buena comida.

Bueno, no quiero ser aburrido. Solamente algo para el final. Cuando llegamos a Toledo visitamos el Alcázar, donde se había llevado a cabo una de las batallas más cruentas de la historia de la Guerra Civil Española.

El hijo del general Moscardo estaba detenido por el enemigo dentro del Alcázar y le dijeron que se comunicara con su padre que había tomado la plaza. El hijo se comunicó con el padre y le dijo: "padre, que me matan si no entregas la plaza". Y el general Moscardo, seguramente con el corazón hecho polvo, le respondió: "pues hijo, con un grito de ¡viva España! muere por tu patria".

Las tres veces con diferentes edades que he visitado el Viejo Continente me he dado un tiempo para ir al Alcázar de Toledo y cada ocasión que he entrado a la habitación desde donde se efectuó la llamada, un par de lágrimas han empañado mis ojos...

viernes, 15 de abril de 2011

Recuerdos III

Este post es parte de la serie Recuerdos.

Les quiero confesar algo: nunca antes me había puesto a recordar cosas de mi vida así tan puntualmente. Mis recuerdos eran fugaces, pasaban de largo y dejaban cola, como los cometas.

Les contaré ahora algunas anécdotas de mi viaje de promoción.

Yo me eduqué en un colegio particular, exclusivo para hombres. En mi promoción éramos 105, de los cuales 40 fuimos al viaje. Un día de fines de diciembre partimos los 40 acompañados de un profesor y dos hermanos. El colegio era de los marianistas, es decir, esos hermanos eran hermanos marianistas, que tienen la particularidad de ser muy amplios en su criterio religioso. Esto es muy importante de tener en cuenta en nuestras anécdotas.

Uno de los dos hermanos era enano (no chato, enano de verdad). El otro estaba ya entrado en años y, aparte de enseñarnos Religión en una forma muy particular, era entrenador de básquet. O sea que resultaba ser más deportista que religioso.

El profesor que nos acompañó en el viaje era un ciudadano boliviano que recién había llegado a Lima, y su estancia en el colegio era su primer trabajo en el Perú.

El otro bando, o sea nosotros, éramos 40 galifardos, todos altos y bien comidos, menos yo, que soy más chato que un real de queso. Bueno, así decía mi papá. El real equivalía a diez centavos y era de tamaño pequeñito. Ya se imaginan ustedes cómo fue el viaje de esos 40, de entre 16 y 17 años, con destino a Europa. Si, Europa. La Europa de mediados de los años 60. Con una España con un Franco bien asentado, el Muro de Berlín recién construido, Paulo VI en la Santa Sede, una Torre Eiffel sin iluminar y una Venecia a la que, cuando llegamos, juré no regresar jamás porque el agua apestaba a diablos.

Pero empecemos por el principio.

Salimos en avión rumbo a Santiago de Chile. Luego de un par de días en Santiago, el hotel donde nos alojamos quedó como si hubiera pasado un huracán. Felizmente era un hotelillo de pocas estrellas, como resultaron ser todos los demás durante los tres meses y medio que duró el viaje.

De Santiago pasamos a Buenos Aires en avión también. Y de ahí a Recife, Brasil, donde tomamos el Andrea C, un barco que estaba muy lejos de esos trasatlánticos que realizan cruceros hoy en día. Nuestros camarotes estaban ubicados a la altura de la quilla del barco, es decir, aproximadamente cinco pisos debajo de la cubierta. Éramos seis en cada camarote, y desde nuestros ojos de buey veíamos a los peces, que estaban asqueados de ver a unos sujetos mareados con los efectos correspondientes. Bueno, ustedes ya me entienden.

El barco era el último de la flota C, donde el principal era el Federico C, el que nos enseñaron en la foto que utilizó la agencia de viajes para convencernos, con camarotes para dos y mejor no sigo porque me pongo a llorar.

Después de 20 días, llegamos a las Islas Canarias. De ahí, un vuelo directo a Barcelona y luego a Madrid. A Barcelona llegamos un sábado. Al día siguiente, domingo, había que ir a misa, un poco a empujones por los hermanos. Ahí fue la primera experiencia notable de mi vida, pues la misa y el sermón fueron pronunciados por el cura en un idioma que yo no entendía. O que entendía por partes. Ahí fue donde me enteré de que existía el catalán. Tengan en cuenta que yo tenía 16 años y las cosas en general eran desconocidas para mí.

Cuando llegamos a Madrid, luego de tres días en Barcelona, nos esperaba un bus con nuestro chofer Luigi y nuestra guía Paula, quienes nos iban a llevar por toda Europa durante tres meses.

Continuará...

Los 40 galifardos, los dos hermanos, la mujer que no tiene pañuelo en la cabeza es nuestra guía Paula y a su izquierda está Luigi. Acá estamos en Florencia con algunos invitados.

martes, 12 de abril de 2011

Recuerdos...

Este post es parte de la serie Recuerdos.

Como les contaba hace poco en un post previo, dentro de muy poco tiempo cumpliré 62 añitos, y me asaltan una serie de recuerdos de una vida bien llevada.

Hace pocos días tuvimos que ir a recoger un encargo y mi amigo Manolón se estacionó a pocos metros de la casa que fue de mi mamá, dondo vivió gran parte de su vida (unos 60 años). En esa casa viví yo desde que tenía 4 años, hasta los 28 cuando me casé con una magnífica mujer chilena que había efectuado sus estudios aquí en Lima.

Cuando murió mi mamá, hace poco menos de dos años, mi hermana y yo decidimos vender la casa que había cobijado nuestros más íntimos secretos y nuestros juegos de niños. Mientras esperaba a que Manuel volviera, me pasaron por la cabeza recuerdos de mi niñez y alocada juventud. No sé qué pueden haberle hecho los nuevos propietarios a la casa por dentro, pero por fuera está exacta a como la dejamos.

Ahí están sus 20 ventanitas en el frontis, donde mi madre ponía igual número de macetitas con flores, que por dentro daban al comedor. Era en realidad una fiesta de colores. Luego la sala, que tiene una chimenea que prendíamos en invierno, y junto al fuego los juegos y conversaciones se hacían interminables. Mi papá nos había mandado a hacer unos palitos de fierro de unos 80 cm de largo con mango de madera para asar marshmellows al fuego. El tipo era un genio de la inventiva. Ya les contaré de él más adelante.

La chimenea estaba en la sala, que daba a un jardín muy bien cuidado por mi madre y más atrás el departamento que mi mamá le construyó a mi hijo mayor, Paulo César.

Ahí estaba yo sentado en el auto mientras Manolón se fue a comprar, recordando, soñando despierto, mientras veía pasar algunas conocidas caras, eternas embajadoras del barrio que, al reconocernos, nos saludamos con una pequeña venia. La calle, las caras, los árboles, la fachada de la casa que seguramente pasará a ser un enorme y lujoso edificio.

Todo ahí como una postal. Todo, menos mi madre, que se ponía afuera en la puerta a esperar día a día que yo llegara del colegio, y hasta que tuve 60 años, pues me esperaba en el mismo lugar cada vez que la llamaba para avisarle que iba a visitarla. Recuerdos...



El comedor y las 20 ventanitas con sus macetas.

La chimenea

La sala, el jardín como fondo y más atrás el departamento donde vivió mi hijo Paulo. Gracias Polly por haber aportado las fotos que acompañan este post.