Mi abuela Zoila, la mamá de mi papá, cocinaba de maravillas. Entre los potajes que hacía estaba un pastel de choclo al que le ponía sal y no azúcar, con lo que le quedaba como maná enviado por taita Dios. Yo era invitado siempre a la casa de la abuela y jamás me perdí mi enorme porción de pastel. Este hecho provocó que el pastel de choclo sea mi plato favorito de todos los tiempos.
Al llegar a Santiago no pensaba otra cosa que recorrer la ciudad buscando el mejor pastel de choclo, pues en Chile lo hacen de maravilla, aunque la mayoría de las veces lo hacen dulce (lo que no es de mi gusto).
Para esta tarea conté siempre con la complicidad de mi nuera Katy, la esposa de mi segundo hijo, una hija política ejemplar. Siempre sonriente, de buen humor, graciosa. En resumen, una chica completa con la que nos llevamos recontra bien. Sus padres, Juan y Magnolia, tuvieron la delicadeza de prestar su camioneta para que pudiéramos entrar todos, incluyendo el coche de Tomás y mi silla de ruedas, mientras mi hijo Lalo dejó su auto en el parqueo de sus suegros.
Iniciamos nuestro periplo al día siguiente de mi llegada. Fuimos a un lugar que se llama Pomaire, que queda como a una hora y media de Santiago... aunque nosotros nos demoramos tres horas en llegar hasta ahí, como consecuencia de un nudo de tráfico en la carretera. Algo nada habitual, justo ese día.
En fin, llegamos y mi hijo nos llevó al "mejor" restaurante del lugar. Estacionamos, bajamos, con todo lo que eso representa en nuestro caso: entre coche, un niño, un bebé y una silla de ruedas parecíamos listos a emprender nuestro propio éxodo familiar. Una vez instalados, ordenamos el pastel de choclo y la respuesta fue: "se ha terminado". Entonces pedimos, y nos concedieron, autorización para seguir estacionados en su cochera y fuimos caminando a buscar otro restaurante donde sí tuvieran pastel de choclo.
Total, en ninguna parte había pastel de choclo salado. Hasta que encontramos un sitio en que se comprometieron a hacerme uno especialmente para mí. Todos los demás pidieron empanada. Al cabo de un buen rato, me trajeron el famoso pastel de choclo en una ollita hecha de greda y de regular tamaño. Y justo cuando iba a empezar a comerlo, me congelé por cortesía de mi amigo el señor Parkinson.
Hago un alto para explicar brevemente cómo es que el Parkinson hace que uno se "congele". Cuando la medicación está empezado a perder efecto o por causas que a veces no tienen explicación, el paciente con Parkinson simplemente se "apaga", se queda en off, en un estado de inmovilidad prácticamente total en el que no puede hablar, moverse ni expresarse casi de ninguna manera.
En ese momento, mi queridísima nuera insinuó que por qué no me tomaba otra pastilla. Eso para mí era pecado mortal, pues en todos mis años de lidiar con esto he aguantado a pie firme hasta la hora de la siguiente pastilla. Al final reflexioné: mi hijo se ha mandado una manejada de tres horas para llegar hasta acá, nos ha costado encontrar un lugar en el que hubiera pastel de choclo salado que han preparado especialmente para mí, Caty tuvo que lidiar con los dos niños, entre otras cosas. Por tanto, llegué a la conclusión de que no podía echarles a perder el momento a todas las personas que con tanto cariño me acompañaban.
Así que terminé tomando otra pastilla y que fuera lo que Dios quisiera.
La cosa es que hizo efecto justo cuando el pastel se había enfriado lo suficiente para poder comerlo. Recuerden que estaba recién hecho y recién sacado del horno. Verle la cara de satisfacción a mi hijo y a Caty hizo que quedara absuelto del pecado mortal que acababa de cometer.
Al regreso, manejó Caty. Y en hora y veinte minutos estuvimos en Santiago. Claro, ayudó que no hubiera tránsito pero tambien que entre ella y Fittipaldi no hay mucha diferencia. O Raikkonen, para los más modernos.
De ahí en adelante, a cuanto restaurante fuimos, la fabulosa hija política que tengo pedía para mí pastel de choclo. Cómo habrá sido su preocupación para que no me faltara pastel de choclo que hasta paraba su camino a donde fuera que estuviera yendo para comprarme una porción y llevármela a la casa. Creo que Caty podría iniciar un blog contando dónde venden los mejores (y los peores) pasteles de choclo de Santiago, al igual que hace Renzo con los restaurantes limeños.
Así de encantadora es mi hija política. Gracias por todo, Caty.
Y siguió con un concierto
Hace 1 semana
Me has hecho pensar en el pollo con maní que hacía mi tía Angelita. Lo máximo de rico. A veces me pregunto si volveré a comer algo con ese sabor.
ResponderEliminarTe cuento que ella preparaba el pastel de choclo salado también. Para mí fue una novedad descubrir que se come dulce.
Y a mi me ha hecho recordar de los grandes fetuccinis que se preparaba la Alu, como los extraño. Nunca he probado unos tan buenos como los de ella. Estoy seguro que la receta la debe tener alguien por algun lado, pero eso ya es otro bambolin.
ResponderEliminarTe mando un abrazo.
¡Que bonito post! además de provocativo porque también me gusta el salado.
ResponderEliminarQuisiera encontrar en Lima un lugar en que los hagan bien, bien... como las de Chile, en tu relato Don Cyrano.
Muchos saludos.
Estimada Gabriela,la abuela Zoila y la tia Angelita venian de otro planeta,eran mujeres que dejaban todo por alimentar bien a su familia.
ResponderEliminarAsi es querido hijo,yo tambien la extraño mucho.
QUerida Cris: a mi tambien me gustaria encontrar un sitio en Lima
Ya me provocaste pastel de choclo.
ResponderEliminar:D
Despues de todo de eso se trata,estimado anonimo.
ResponderEliminarHola Primacho!
ResponderEliminarMuy bonitos recuerdos culinarios. Yo no recuerdo mucho la comida de la abuela Zoila ya que cuando ella murió yo tenía 6 años, pero sí me acuerdo que me encantaban sus tallarines rojos.Mi mamá me ha contado de su maravilloso pastel de choclo, pero dice que a veces hacía también el dulce. A mí seguro que me hubieran encantado los dos.
Un beso
Primacha Lilia María
Querida primacha:
EliminarLos pasteles de choclo de la mamama eran lo mejor del mundo, que no te quepa la menor duda.