lunes, 20 de diciembre de 2010

Continuación

...como por arte de magia me levanté de la cama y de un salto, como años antes, entré al baño, me duché, me lavé los dientes, me afeité. Todo solo, sin ningún tipo de ayuda. Parecía un sueño, parecía que el Parkinson no lo hubiera tenido jamás.

A las dos horas estaba caminando solo. Los médicos estuvieron sorprendidos con la reacción. Hasta el doctor Augusto, que fue a visitarme con el director de la clínica y otros médicos, me dijo que esa no era una reacción usual, pues se supone que la recuperación es lenta y mi reacción a la operación no se había visto en ningún paciente. Era tan fuera de lo común que acordamos que me quedara una noche más en la clínica para ver qué sucedía.

Al día siguiente, hubo muchas más mejorías. Así que me mandaron a casita. Total, el parkinsoniano que había entrado en silla de ruedas salió caminando con paso firme y seguro.

El procedimiento del implante no puedo revelarlo pues, a mi modo de ver, sería una falta ética. Si creo poder decirles que consta de una primera parte, que es cuando entras a la sala: te ponen en una camilla boca abajo, te aplican un poco de anestesia local y te extraen tu buen poco de sangre de la médula ósea. Luego de unos 45 minutos, vas a un lugar donde estás tendido por unas horas hasta que pasas a la sala donde te espera lo bueno.

Esta vez estás boca arriba y te trasplantan tus propias células madre. Las tuyas. Las de ningún otro ser vivo en el mundo. Que se entienda bien este punto cuya historia más contada entre los fabuladores de otros lugares, es que las células son de fetos abortados vendidos al mejor postor. Por lo menos esto no sucede en el instituto que tan eficientemente dirige el doctor Augusto, lugar donde me hice el trasplante.

Aquí tengo que hacer un aparte y mencionar al equipo que colabora con el fuera de serie que es el doctor Augusto: los doctores Raúl, Carlos, Antonio, médicos que ponen todo lo suyo para que las cosas salgan bien. Al lado de ellos existe un equipo administrativo compuesto por Ana Rosa, y otros colaboradores más que hacen que el instituto tenga un sabor a familia, calidez, un estado de paz, armonía y eficiencia pocas veces vistos en este tipo de centros.

A los tres días montaba bicicleta, comía y cortaba la carne sin ningun tipo de auxilio, solo. En fin, era un muchacho de 25 años, retomé el frontón y daba caminatas de hasta quince cuadras y manejaba mi auto. Me sentía como nuevo.

Pasé un buen tiempo en esta especie de resurreción, pero...

Hasta la proxima entrega.

2 comentarios:

  1. Detrás de todo gran logro siempre hay un equipo de personas esforzándose para lograr el mejor de los resultados.
    Bien por el doctor Augusto y su gente.

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  2. Estupendo todo, amigo.
    Pero...¿Qué pasó después?
    ¿Habrá sido normal el (supongo) retroceso o una contrariedad inesperada?

    Estaremos atentos.

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