Yo había pasado la noche entera pensando (y no orando, pues ustedes saben que soy poco creyente) en la capilla del Carmelo para que todo fuera con bien. Entre otras personas pensé en Roxanne, de quien en un principio me enamoré de su rostro y luego me enamoré de su alma, y también pensé en el impertinente jovenzuelo de cuya falta para con doña Roxanne era, o no, tan grave como mis ojos llenos de amor por ella pudieran exageradamente percibirlo.
El suceso que para mí causó un serio daño al honor de tan apreciada dama fue el siguiente: dirigiéndose por la Vía de los Reyes ella en su carruaje, un domingo a misa de 12, como era su costumbre, luego de la irreparable pérdida de su esposo, al parar frente a la capilla e intentar bajar, por coincidencia pasaba por ahí un díscolo joven que no tuvo la gentileza, y yo diria la cortesía, de abrirle la puerta del carruaje ni de colocar su capa sobre el charco de agua que existía en la vía. Esto ocasionó que otro coche, conducido por ebrio personaje, la salpicara con las inmundas aguas del charco, con lo cual su colosal vestimenta quedó hecha añicos y su bello rostro quedó igualmente manchado de barro. Semejante desatino de parte del joven, no muy bien criado, con el agravante que continuó su camino sin detenerse siquiera a brindarle las disculpas pertinentes a la dama afectada por tan terrible suceso, no podía dejarse pasar por alto.
Al día siguiente, en la Calle del Solar, me lo encontré conversando alegremente con un grupo de amigos como si nada hubiera pasado. Es entonces que me acerqué a él increpándole por su pésima conducta del día anterior. Al contestarme de muy mala manera, delante de todos los presentes, le lancé el guante retándolo al duelo que nos ocupa. Él aceptó enviándome a su padrino, quien me notificara que había escogido el florete y audazmente la alabarda. Es que, ya ustedes saben, así son los jovenes de este Año del Señor de 1600. Y digo audazmente la alabarda, pues había una gran diferencia de edad, él de 20 años y yo de 35. Además, tenía yo la herida que me había hecho en la garganta en la batalla de Arras, y no podía cargar mucho tiempo con semejante peso.
Mi contricante era un rapaz llamado Cristóbal de Santa Maria y Lorente, de buena y adinerada familia, y su padrino don Rafael Fornnachi y Teress, quien había sido padrino en muchas justas, experto en leyes y destacado conciliador. No en vano se había ganado el apelativo de don Rafael "el Justo".
Una vez cumplido el ritual de escoger las armas (nos habían dado a elegir entre tres tipos de florete y de alabarda) mi experiencia hizo que prefiera el mango italiano. Pero a todo esto yo sabia que el audaz Cristóbal había escogido el florete, pues este aunque hace daño no mata, ya que tiene un botón de protección que cuida que el usuario salga herido, pues es más que todo un elemento deportivo. En cambio, las tres alabardas estaban muy fuertes, altas y pesadas. Luego don Alfonso, mi padrino, pidió hablar a solas con don Rafael. Ambos contrincantes consentimos que esa reunión se llevara a cabo.
Mi padrino, que era un hombre de iniciativa, le planteó el caso de los floretes a don Rafael "el Justo" y llegaron al acuerdo que el florete no podía ser arma que debiera usarse en duelo; entonces fuimos informados de que se había cambiado el uso del florete por la espada y, por supuesto, la alabarda. Cuando llegó la instancia del saludo correspondiente que precede al combate, los padrinos nos hicieron un pedido algo extraño, que era que pusiéramos muchísima atención a lo que nos iban a manifestar. Los dos se dirigieron primero al joven Cristóbal, preguntándole si él estaba dispuesto a pedirle disculpas a la dama víctima de su irresponsabilidad. Luego, dirigiéndose a mí, me expusieron la idea de cancelar el duelo si es que Cristóbal efectivamente se disculpaba públicamente con ella. Entre los dos padrinos leyeron un texto sacado del libro sagrado:
Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:
Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado.
Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar.
Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar.
Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse.
Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar.
Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz.
Eclesiastés 3, 1-8
Continuaron, dirigiéndose a ambos, expresando su deseo de que al fin y al cabo también había un tiempo para aceptar los errores de los demás, y un tiempo para reconocer esos errores, pidiéndonos que dejáramos las armas, y que al cumplir el joven con disculparse con Roxanne públicamente, todo quedara en el olvido como una cuestion muy desagradable pero meramente anecdótica
Yo pensé que tal vez había exagerado el incidente pero permanecí callado hasta que el jovenzuelo dijo "estoy dispuesto a ofrecerle mis disculpas públicas a la dama, pues en verdad creo haber obrado de mala forma, y quisiera solicitarle su perdón, Maese Cyrano, por haberlo maltratado de palabra". ¿Lo dices honradamente?, le pregunté. Si, me respondió. Entonces, vete en paz que un hombre honesto no es ni francés, ni alemán, ni español. Es un ciudadano del mundo y su patria está en todas partes.
Gracias por el tiempo de entretenerme con tu historia...
ResponderEliminarSon cosas que se le ocurren a uno, me alegra que te haya servido de entrenimiento.
EliminarEstá muy bueno, Cyrano. Al comienzo pensé ¿es que hasta hace tan poco tiempo se permitían los duelos el el Perú? me parecía insólito, y menos a ti batiéndote por un punto de honor, por más digna que la dama fuera.
ResponderEliminar¿Habías visto qué cosa tan desproporcionada? matarse por un "quítame-allá-estas-pajas"
Saludos, querido amigo
Hay que tener presente el siglo XVII, AleMamá querida, donde los duelos eran cosas de todos los días, sobre todo por defender el honor ya sea el propio o el de otra persona.
EliminarFelizmente, hubo padrinos totalmente razonables. Estas cosas de batirse a duelo por honor siempre me parecieron un poco exageradas.
ResponderEliminarSupongo que queda por decirte: "bienvenido de vuelta".
Bienvenida tu tambien queridisima Gabriela.
EliminarCreo que no podemos juzgar los años 1600 desde la perspectiva de los del 2000 la forma de ver la vida era totalmente distinta.
Hola Cyrano:
ResponderEliminarYa te había mandado un comentario para este post, pero parece que no llegó a destino.
En todo caso creo que un final tan deportivo e hidalgo del duelo aquel, merece elogios.
Recuerdo el caso de un tipo que al ser desafiado a duelo e incapaz de manejar un arma convencional, propuso que los contrincantes comiesen cada uno un plato de fideos...uno envenenado y el otro no¡¡¡¡¡¡
Hola Esteban:
EliminarElogios a los padrinos, que supieron comportarse a la altura las circunstancias. Lo de los fideos me parece una idea francamente sensacional.
Ahhh mi querido Cyrano, si tan solo TODOS los conflictos actuales pudiesen resolverse de tal manera: educadamente y con el don de la palabra y la humildad de la aceptación del error...
ResponderEliminarBueno... gracias por el relato!
Viviríamos en otro mundo, querida Cheluca.
EliminarLas gracias a ti por leer el relato.
Corazón mío:
ResponderEliminarQue pluma, me encantó me ha mantenido en vilo hasta el final, por favor cuando se te ocurrió escribir esto tan lindo. Ya ves ,por eso te quiero tanto, eres genial. Con todo mi amor incondicional.
¿¿No crees que estas exagerando un poquitin??
EliminarPrecioso relato Cyrano, digno de tu nombre. Y muy sensata la actuación de los padrinos, ójalá todas las disputas se resolvieran así.
ResponderEliminarPor lo demás, creo que hoy día más de uno se batiría en duelo para solucionar cualquier tontería, con la diferencia de que somos mucho menos elegantes...
Un beso
Gracias, estimada Laly... En lo demas tienes toda la razon
Eliminarviejo querido, si los duelos fueran así, uno a uno, cara a cara, cuerpo a cuerpo, planificados, apadrinados y con todas las condiciones dadas para que se trate de condiciones justas, no solo los tomaría como opción, sino que los fomentaría.
ResponderEliminarLamentablemente hoy se ha reemplazado la cara por las trincheras, el cuerpo por las bombas manipuladas a distancia, y los padrinos por organizaciones (nacionales o internacionales) de dudosas intenciones. A diferencia del resto yo no veo con particular gracia que no se haya llevado a cabo el combate, que a veces es necesario, sino que me causa cierta melancolía que no tengamos la humanidad de ver hoy en día el mundo en condiciones de uno a uno y cara a cara.
No es que no valore el gesto de los padrinos, que por cierto fue notable y digno de imitar, pero de no haberseles ocurrido, el final no habría sido necesariamente negativo.
Un salud por las batallas peleadas justamente porque siempre nos han hecho grandes.
Querido hijo:
EliminarEs cierto lo que dices visto desde una perpectiva distinta y ultramoderna. Antes pareciera que el honor, el coraje, la valentía estaban a flor de piel. Ahora, pareciera que ya no existen. Y no lo digo por justificar la institución del duelo.
Hoy día hasta parece que los valores no existen. Sigo sin justificar el duelo, pero era una buena forma de lavar honras, que parece que también han desaparecido.
Tu padre.
Me ha encantado tu aventura en el Campo de Marte (no sabía que en el siglo XVII existía...estaría en las afueras ¿no?)..
ResponderEliminarUn duelo así, de caballeros y de padrinos sensatos podríamos promover en nuestro querido país, en donde los duelos se han vuelto catapultas políticas y los únicos que mueren son los inocentes...
Un abrazo enorme.
Son licencias que se toma el autor, querida Marga. Lo que si te puedo decir es que en París, donde sucedieron los hechos, existía
Eliminarel Campo de Marte, que era una explanada dedicada al cultivo de hortalizas. La construcción de la Escuela militar, diseñada por el arquitecto Jacques-Ange Gabriel, determinó, en 1765 su utilización. Se pensó, en primer término, en un campo de maniobras que se situaría al sur de la Escuela, emplazado en la actual plaza de Fontenoy. La elección de la explanada al norte conllevó la edificación de la noble fachada que, hoy día, cierra el Campo de Marte y que fue testimonio y marco de algunas de las más grandes fiestas de la Revolución (fuente: Wikipedia).
Como tú dices, los padrinos fueron muy sensatos con su propuesta.