Hace unos días, la promoción en que terminé la secundaria celebró 45 años de egresados del colegio. Mi compañero de promoción Augusto se comprometió a pasar por mí a las 8 en punto de la noche: "me esperas listo, sino te dejo".
Así que a la hora indicada, ahí estaba yo en la puerta, fuera de casa. Pero su advertencia quedó en nada y mi puntualidad fue inútil pues, siguiendo una costumbre muy peruana, mi amigo no se apareció hasta las 8 45 pm.
Cuando llegó, me dijo: "apúrate que por tu culpa vamos a llegar tarde. Además, hay que ver dónde ponemos tu 4x4", refiriéndose a mi silla de ruedas. Me miró fijamente a los ojos y me dijo: "¿me vas a gritar? ¿Me vas a llamar la atención por haber llegado a esta hora? Porque cualquier cosa que me digas, no me va a importar un comino." De manera que todo lo que tenía pensado decirle, me lo callé.
Así son los chicos del colegio.
Ese tipo de cosas solamente se las toleras a un amigo del colegio, con quien has pasado 12 años de tu vida riendo, sudando, metiendo vicio (como decimos en el Perú), llorando y a veces hasta estudiando. La mayoría de veces, dos días antes de los exámenes, preparando torpedos o comprimidos o plages para sacarlos a la hora del examen. Para eso existía la correa, un bolsillo secreto en el saco del uniforme, detrás de la corbata y los más bestias, en la palma de la mano (escrita con lapicero).
Total, llegamos al lugar de la reunión. La cosa era con esposas, compañeras, la de turno, etc. Pero nosotros habíamos decidido ir solos por diferentes motivos que no son del caso comentar. Al entrar, no me pareció haber entrado a un asilo de ancianos ni una casa de reposo, sino a un lugar lleno de gente de otro colegio. Ninguno se parecía a los que yo recordaba. Fue emocionante el saludo. Se había comentado que yo no iba a ir, cosa que yo mismo había provocado con una negativa de tamaño de la Catedral, por temor a no-sé-qué.
Había si, algunos a los que, si les ponías el uniforme, estaban igualitos que en la época escolar. Estaban hasta sin canas. Asistimos "solamente" 80 (la promoción tenía 110 alumnos) pues muchos viven fuera del país y no pudieron viajar con este motivo. Otros sí viajaron especialmente para este reencuentro. Uno de ellos llegó a Lima en la tarde y se regresó esa misma madrugada.
Así son los chicos del colegio.
Como suele suceder, los que se me acercaron a saludar, es decir, casi todos, se agachaban y me hablaban a gritos cerca del oído. Como si estuviera sordo. Otros tenían una frase que no sé si me causaba rabia o risa: "¿me reconoces? Adivina quién soy". O "¿te acuerdas de mí? Soy Fulano". Incluso el otro Augusto, el que me hizo el implante de células madre al cerebro, cayó en la trampa.
Eso sí, todos con un cariño inmenso.
En la reunión hubo de todo: circo, baile, comida, risas, alguna que otra lágrima y muchas anécdotas. La cosa duró como hasta la una de la mañana, hora en que todo el mundo estaba con varios tragos encima. Dos amigos se habían comprometido a regresarme: Germán y Miguel. Yo les decía que era un poco difícil subirme al carro, pero me dijeron que no me preocupara. Que todo estaba resuelto. Cuidadosamente pensado.
Cuando llegamos al estacionamiento, me di con la sorpresa de que el vehículo era una 4x4. O sea, una camioneta muy alta. Yo pensé: "esto va a ser alucinante".
Los comentarios se sucedían. Germán le dice a Miguel: "tú lo agarras por las piernas, yo lo agarro por los brazos y así facilito lo sentamos en el asiento del copiloto". Mis advertencias que decían que así no podía ser, secundadas por las de mi amigo Johnny (con quien me veo regularmente y que por eso mismo sabe cómo subirme), fueron totalmente ignoradas. No solamente por Germán y Miguel, sino por todos los demás, unas 20 personas dirigidas por Felo, que se acercaron justo cuando me tenían en el aire con un Germán que a gritos anunciaba: "ayúdenme que ya no puedo más con él".
En esos momentos yo escuchaba: jálalo por acá, levántale la pierna izquierda, mejor primero la derecha, cuidado con la cabeza, mientras que Johnny seguía gritando así no, así no. Todos mis 20 amigos con tragos encima trataban de meterme al auto. Hasta que terminé casi en el suelo, porque unos brazos salvadores, no sé de quién, me agarraron en el momento preciso. Así me evité el porrazo.
Sucedido esto, Felo les preguntó a Germán y Miguel cómo iban a hacer los dos al llegar a mi casa, si entre los 20 había sido tan difícil. Johnny dijo: "ahí hay un portero". Felo, que es muy cercano a Johnny, le dijo: "oye tú, el portero sirve para abrir la puerta. Por-te-ro, viene de abrir puerta, no de ayudar a bajar de autos. Así que mejor vamos en caravana para sacarlo entre todos".
Llegando a la casa, el primero en bajar de su auto fue Johnny y fue corriendo a llamar al portero. Se me acercaron los dos y juntos, en una maniobra de comando, fruto de la experiencia de meterme y sacarme de autos, Johnny y el portero me bajaron y me sentaron en la silla de ruedas. Felo terminó diciendo "eso es lo que yo decía que había que hacer y tú, Johnny, nunca dijiste nada".
Johnny me miró y al darse cuenta de que yo lo estaba mirando, nos conectamos con una sonrisa cómplice.
Así son los chicos del colegio.
Me encantó tu relato. Ya me imagino como se habrán divertido acordándose de los tiempos de niñez y juventud. Yo no soporto la impuntualidad de nadie, es una de las cosas que más detesto, aunque me han dicho que debo ser más tolerante con eso.
ResponderEliminarUn abrazo, ya se extrañaban tus artículos.
¿Te imaginas la chacota en un colegio mixto? Hay de todo.
ResponderEliminarComo bien dices, hay cosas que solamente se le permiten a los amigos del colegio.
Hola Cyrano:
ResponderEliminarCon tamaños amigos, se puede perdonar inclusive la impuntualidad.