martes, 30 de noviembre de 2010

Evolución

"Pase usted, doctor", y me sentó en un banco más o menos alto, desde donde casi me caigo porque perdí el equilibrio. Luego de un rápido examen, me contó lo que era el Parkinson tan descarnadamente que yo pensé "vaya, lo que me espera". Haciéndome el valiente, una especie de Tarzan urbano, me repetía una y otra vez "pero venceré al Parkinson", frase que traicioné con el tiempo.

Acababa de cumplir 47 años y según los entendidos la enfermedad se gesta unos 4 años antes que aparezcan los primeros síntomas, lo que quiere decir que fui tocado desde más o menos los 44 años. No es que la vejez mal llevada sea terrible pero adelantarla tanto se sufre se sufre muchísimo.

La doctora Pilar me recetó, entre otras cosas, levodopa (una especie de dopamina artificial, pues , el Parkinson es la falta del neurotransmisor dopamina). Apenas comencé a tomarla, me sentí como nuevo. Es más, me sentí curado. Tiempo después me enteré de que era necesario aumentar la dosis de tanto en tanto porque el cuerpo como que se acostumbra a la levodopa y el efecto del bienestar dura cada vez menos y, por lo tanto, se hace necesario aumentar la dosis. Y así desarrollarse como cualquier otra persona "normal".

Recuerdo hasta cómo iba vestido el día que empecé a montar bicicleta nuevamente.

Pero, ¿de qué síntomas me liberaba la levodopa? Pues estábamos en pleno invierno y yo sudaba como caballo luego de ganar el Pellegrini, me tenía que cambiar de ropa (previa ducha) unas 3 veces al día. Mis dolores a las articulaciones eran como dos veces más que el peor dolor que tuve en Chile y esto las 24 horas. Lógicamente, no podía dormir, temblaba como un terremoto en las madrugadas, y mi caída en lo que respecta a la funcion sexual fue vertiginosa. Esto endulzado con la diabetes que se me presentó a los 38 años, por consideración a mi pareja de entonces me fui a dormir a otra cama (ese fue el principio del fin).

La falta de equilibrio hacía que me pegara contra el suelo absolutamente todos los días. Cada día caminaba menos hasta que opté por comprarme un bastón. Luego otro. Más adelante adquirí un par de muletas hasta que llegué finalmente a la etapa de la silla de ruedas.

Poco a poco fui cayendo al profundo hoyo de la depresión, de la angustia y el miedo. Me preguntaba ¿por qué a mí? Me costó mucho llegar a la verdadera pregunta ¿para qué a mí?

Hasta el próximo post.

2 comentarios:

  1. Hola Cyrano:

    A los que observamos el mal desde la vereda, nos sigues impregnando de una poco común cualidad de explicar situaciones y vivencias con valentía y claridad.
    Es legítimo al estar entre la espada y la pared, el querer saber "por qué a mi".

    Un abrazo.

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  2. Creo que todos, en algún momento nos hemos hecho la pregunta "¿por qué a mí?" Deben ser muy pocos los que pasan al "¿para qué a mí?"
    En tu caso, será para que tu testimonio y experiencias sirvan a otros que pasan por situaciones similares.

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