martes, 31 de enero de 2012

Más sinlogismos y preguntas

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Los parkinsonianos no sentimos los temblores, nos movemos solos.

¿Por qué en las noches todos los gatos son pardos?

Hay diferencia grande entre una noche de ensueño con una noche de sueño.

Los domingos hay que levantarse muy temprano para tener más tiempo de no hacer nada.

¿De quién es hijo el sobrino de Condorito?

El diabético siempre tiene dulces sueños.

Con esto del Internet una carta es más valiosa que un tesoro.

Los locos son sabios distraídos.

El que levanta el trasero, alza la cabeza.

La cobardía es contagiosa.

Morir es parte de la vida. Sufrir no.

La felicidad es un brebaje que se toma de a pocos.

Lo de "contigo, pan y cebolla" es frase del pasado.

Los amigos se cuentan con los dedos de una sola mano.

La soledad precede a la muerte.

¿Y si detrás del sol estuviera oscuro?

viernes, 20 de enero de 2012

¡Hasta siempre, Jorge!

Ayer pasaste a mejor vida, mi muy querido amigo Jorge.

Recuerdo el día que te conocí. Don Gonzalo, el primer Fiscal de la Nación, me mandó llamar a su oficina. La Fiscalía de la Nación ocupaba el cuarto de uno de los sótanos del Centro Cívico de Lima. Cuando entré a la oficina de don Gonzalo, vi que a su lado había un joven al que no conocía. El Fiscal nos dijo a ambos que tomáramos asiento y, dirigiéndose a mí, dijo: "Eduardo, este joven estudia Derecho y quiero encargártelo porque va a trabajar con nosotros. Específicamente, tú vas a ser su jefe".

En ese entonces, éramos siete en la Fiscalía. El joven recién llegado fue el octavo. Corrían los primeros años de la década de los 80.

"Muy bien, don Gonzalo", fue mi respuesta. Entonces me dirigí al joven, que supe que se llamaba Jorge, y le dije que me acompañara a mi oficina y que le enseñaría su escritorio.

Desde ese día, Jorge me acompañó como mi secretario. El destino hizo que nos hiciéramos muy amigos.

Eran los primeros tiempos de la Fiscalía de la Nación, que se creó con la Constitución de 1979, donde el Fiscal de la Nación era también Defensor del Pueblo y Presidente del Consejo Nacional de la Magistratura. Tres cargos importantísimos en una sola persona. Quiero mencionar que el Perú salía de una dictadura militar de 12 años, con todo lo que eso conlleva. A mi vez, yo desempeñaba el cargo Secrtetario General del Consejo Nacional de la Magistratura, organismo descentralizado que dependía admnistrativamente de la Fiscalía de la Nación. Todo bien establecido en el papel, pero la realidad era totalmente distinta.

Un día, Jorge me dijo: "doctor, no tenemos máquina de escribir". Era verdad: no había máquina de escribir (así, en singular), papel, útiles de escritorio, pues el amarrete del entonces Ministro de Economía no había querido abrir el pliego presupuestal que correspondía a las tres entidades. Mi respuesta a Jorge fue: "vamos por una".

Nos dirigimos en mi auto a la sede de un ministerio de cuyo nombre me acuerdo pero que prefiero no mencionar en aras de mi seguridad. Entramos raudamente a una oficina y nos birlamos olímpicamente la primera máquina de escribir que vimos. Felizmente era una máquina eléctrica, de bolita. Modernísima la máquina en cuestión.

Nunca le dijimos a don Gonzalo de dónde había salido LA máquina. Pero a Jorge y a mí nos felicitaron por haber conseguido tan rápidamente el primer artículo del inventario de la Fiscalía de la Nación. De secretario y amigo, Jorge pasó a ser además secuaz.

Tiempo después, ya con el pliego abierto, se iniciaron la búsqueda de local para las oficinas, las convocatorias a las licitaciones para adquirir los bienes necesarios, y Jorge siempre estaba conmigo. Cada vez nuestra confianza era mayor. Viajamos juntos por todo el Perú por razones de trabajo.

Juntos también con el Fiscal de la Nación, Alberto y Pedro Antonio, instituimos la Policía del Ministerio Público, encargada de apoyar a la Fiscalía de la Nación en la persecución de narcotraficantes y terroristas. En alguna ocasión, nos vimos inmersos en uno de esos operativos, pistola en mano, y valientemente Jorge estuvo a mi lado.

Así pasaron algunos años. Jorge era muy hábil en su trabajo, pero no se atrevía a presentarse al examen de grado para optar por el título de abogado, algo que quizá nos pase a todos los profesionales licenciados. Así que lo llamé a mi oficina y le dije "te voy a dar un mes de vacaciones". Al ver su cara de alegría, le espeté: "No, no, no te alegres tan rápido. Cuando cruces de nuevo por esa puerta, quiero que tengas tu título de abogado en la mano. Si no es así, sería bueno que empezaras a buscar otro sitio para trabajar".

De esa manera fue como Jorge se hizo abogado.

Quiso el destino que mi senda profesional se desarrollara por otros rumbos. Salí de mi puesto en la Fiscalía de la Nación. Jorge se quedó haciendo carrera hasta llegar a ser Fiscal Superior Adjunto Supremo.

Ayer te fuiste, mi querido amigo. Te fuiste joven y rápido. Estuve con todos los tuyos, arrastrando una pena enorme debido a tu partida. Pero todos sabemos que solamente te has adelantado a lo que nos sucederá a todos un día. En estos momentos cargo una pena terrible, aunque me consuela saber que ahora estás en un lugar mejor. Solamente te queda esperarnos.

¡Hasta siempre, Jorge!

miércoles, 18 de enero de 2012

¿Qué nos pasa?

¿Qué nos está pasando?

Llega la noticia que en un país vecino, una señora que vive en un exclusivo condominio capitalino, declara con frases total y absolutamente racistas contra las empleadas del hogar, o nanas, y contra los obreros.

Las ahora famosas frases que declaró la dama dejaron por los suelos su propio prestigio y su calidad moral. Esta "declaración" motivó un tremendo escándalo en las redes sociales y se llegó al punto de organizar marchas contra "racistas como ella".

Al día siguiente, nos encontramos que dichas declaraciones habían sido sacadas fuera de contexto por un medio de comunicación televisivo. ¿Es que algunos "periodistas" creen que escondiéndose cobardemente tras la, muchas veces mal entendida, libertad de prensa pueden hacer lo que les da la gana llevándose de encuentro la honra de las personas?

Esto no sucede solamente en países vecinos, sino también acá en el Perú y en cualquier otra parte del mundo. Desde este espacio, quiero elevar mi voz de protesta por tan vil atentado contra el derecho de información que tenemos TODOS los ciudadanos del mundo.

“El periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”, decía el pensador peruano Luis Miró Quesada de la Guerra. En este caso, hemos sido testigos de cómo los más viles personajes se las arreglan para convertirlo en el más vil de los oficios, con tal de obtener titulares, primicias, retuits, seguidores, "me gustan", rebotes en las redes sociales y otras tantas novedades que nos rodean.

Señora Inés, debo confesarle que tengo vergüenza ajena ante tamaña agresión hacia usted y los suyos. Debe estar pasando usted unos momentos oscuros que no le deseo a nadie. Por este motivo, le pido perdón, no disculpas. Le pido perdón por aquellos que la están haciendo sufrir por haber sacado a la luz sus declaraciones de manera incompleta, recortando sus bienintencionadas declaraciones.

Este no pretende ser un post, sino una oración que rezo ante el altar de la ciudadanía.

lunes, 16 de enero de 2012

El París-Dakar

Desde que era un niño, estuve metido en el ambiente de los fierros pues mi padre fue campeón de motociclismo en un circuito en Chorrillos que, copiándole el nombre al famoso circuito italiano, los aficionados de la época denominaron la Tourist Trophy Peruana.

Acompañaba a mi padre a cuanta carrera de moto o auto había en Lima y él siempre me llevaba a la zona de pits. Todos los corredores y mecánicos eran mis tíos de cariño y la pasaba muy bien entre el olor a aceite quemado y caucho que se percibía en el ambiente.

Desde esos lejanos tiempos me convertí en un aficionado a las competencias de ruedas. No me perdía ninguna y no me pierdo ninguna.

No sé a quién se le ocurrió la estupenda idea de que el que considero el más famoso rally de todos los tiempos, el París-Dakar, se realizara en tierras sudamericanas. Como sabemos, ayer domingo 15 de enero de 2012, culminó en Lima el París-Dakar, después de quince días de extenso recorrido y complicadísimas rutas por tierras argentinas y chilenas para terminar en el Perú.

Y por supuesto, yo no falté a este gran acontecimiento.

Ahí estaba yo viendo los recorridos por televisión, los resúmenes al final de cada jornada, siguiendo las notas en los periódicos y en los noticieros. Casi todos los días llamaba a mi amigo Manolo para compartir opiniones sobre las novedades del día. Manolo también tiene la misma afición por las ruedas.

Al fin lo convencí para ir a ver pasar los autos, camiones, motos, cuatrimotos, camionetas desde un lugar estratégico. Así que, una soleada mañana de domingo, Manolo pasó por mí. Salimos de Miraflores rumbo a un puente que cruza de la Vía Expresa, que era por donde los participantes iban a pasar en su camino a la Plaza de Armas, lugar donde estaba ubicada la meta y donde sería la premiación.

La emoción que me embargó al ver pasar a estos tigres del desierto fue indescriptible. Pude apreciar en vivo y en directo las máquinas con todo su verdadero poder, y eso que era solamente una etapa de enlace. Aun así los vehículos pasaban muy rápido, desplegando toda su fuerza mecánica, pintados de diferentes colores y con los brillantes y coloridos anuncios de sus auspiciadores, que le daban más vida a los fierros.

Manolo y yo estábamos tan cerca de los coches que hasta pude percibir el olor del aceite quemado y caucho. Retrocedí años en el tiempo, lo que me transportó a otra dimensión.

Me di cuenta de lo bonito que es vivir para ver que un sueño se cumpla. Ayer pude ver el París-Dakar en vivo y en directo, a escasos metros de mí, como cuando era niño y mi padre me llevaba a los pits.


lunes, 9 de enero de 2012

El pastel de choclo

Mi abuela Zoila, la mamá de mi papá, cocinaba de maravillas. Entre los potajes que hacía estaba un pastel de choclo al que le ponía sal y no azúcar, con lo que le quedaba como maná enviado por taita Dios. Yo era invitado siempre a la casa de la abuela y jamás me perdí mi enorme porción de pastel. Este hecho provocó que el pastel de choclo sea mi plato favorito de todos los tiempos.

Al llegar a Santiago no pensaba otra cosa que recorrer la ciudad buscando el mejor pastel de choclo, pues en Chile lo hacen de maravilla, aunque la mayoría de las veces lo hacen dulce (lo que no es de mi gusto).

Para esta tarea conté siempre con la complicidad de mi nuera Katy, la esposa de mi segundo hijo, una hija política ejemplar. Siempre sonriente, de buen humor, graciosa. En resumen, una chica completa con la que nos llevamos recontra bien. Sus padres, Juan y Magnolia, tuvieron la delicadeza de prestar su camioneta para que pudiéramos entrar todos, incluyendo el coche de Tomás y mi silla de ruedas, mientras mi hijo Lalo dejó su auto en el parqueo de sus suegros.

Iniciamos nuestro periplo al día siguiente de mi llegada. Fuimos a un lugar que se llama Pomaire, que queda como a una hora y media de Santiago... aunque nosotros nos demoramos tres horas en llegar hasta ahí, como consecuencia de un nudo de tráfico en la carretera. Algo nada habitual, justo ese día.

En fin, llegamos y mi hijo nos llevó al "mejor" restaurante del lugar. Estacionamos, bajamos, con todo lo que eso representa en nuestro caso: entre coche, un niño, un bebé y una silla de ruedas parecíamos listos a emprender nuestro propio éxodo familiar. Una vez instalados, ordenamos el pastel de choclo y la respuesta fue: "se ha terminado". Entonces pedimos, y nos concedieron, autorización para seguir estacionados en su cochera y fuimos caminando a buscar otro restaurante donde sí tuvieran pastel de choclo.

Total, en ninguna parte había pastel de choclo salado. Hasta que encontramos un sitio en que se comprometieron a hacerme uno especialmente para mí. Todos los demás pidieron empanada. Al cabo de un buen rato, me trajeron el famoso pastel de choclo en una ollita hecha de greda y de regular tamaño. Y justo cuando iba a empezar a comerlo, me congelé por cortesía de mi amigo el señor Parkinson.

Hago un alto para explicar brevemente cómo es que el Parkinson hace que uno se "congele". Cuando la medicación está empezado a perder efecto o por causas que a veces no tienen explicación, el paciente con Parkinson simplemente se "apaga", se queda en off, en un estado de inmovilidad prácticamente total en el que no puede hablar, moverse ni expresarse casi de ninguna manera.

En ese momento, mi queridísima nuera insinuó que por qué no me tomaba otra pastilla. Eso para mí era pecado mortal, pues en todos mis años de lidiar con esto he aguantado a pie firme hasta la hora de la siguiente pastilla. Al final reflexioné: mi hijo se ha mandado una manejada de tres horas para llegar hasta acá, nos ha costado encontrar un lugar en el que hubiera pastel de choclo salado que han preparado especialmente para mí, Caty tuvo que lidiar con los dos niños, entre otras cosas. Por tanto, llegué a la conclusión de que no podía echarles a perder el momento a todas las personas que con tanto cariño me acompañaban.

Así que terminé tomando otra pastilla y que fuera lo que Dios quisiera.

La cosa es que hizo efecto justo cuando el pastel se había enfriado lo suficiente para poder comerlo. Recuerden que estaba recién hecho y recién sacado del horno. Verle la cara de satisfacción a mi hijo y a Caty hizo que quedara absuelto del pecado mortal que acababa de cometer.

Al regreso, manejó Caty. Y en hora y veinte minutos estuvimos en Santiago. Claro, ayudó que no hubiera tránsito pero tambien que entre ella y Fittipaldi no hay mucha diferencia. O Raikkonen, para los más modernos.

De ahí en adelante, a cuanto restaurante fuimos, la fabulosa hija política que tengo pedía para mí pastel de choclo. Cómo habrá sido su preocupación para que no me faltara pastel de choclo que hasta paraba su camino a donde fuera que estuviera yendo para comprarme una porción y llevármela a la casa. Creo que Caty podría iniciar un blog contando dónde venden los mejores (y los peores) pasteles de choclo de Santiago, al igual que hace Renzo con los restaurantes limeños.

Así de encantadora es mi hija política. Gracias por todo, Caty.

jueves, 5 de enero de 2012

De vuelta al pago

Bueno, ya estoy de nuevo por estos lares.

Como decíamos en mi post anterior, la visita fue no solamente intensa sino también feliz. Encontré a mis tres hijos mayores hechos unos hombres, felizmente con éxito en el camino que han deseado seguir. A Juan Pablo, mi nieto mayor, lo vi hecho todo un niño inteligente y travieso. Y Tomás, el segundo nieto y a quien no conocía, me pareció la ricura hecha personita. Afortunadamente, a los dos les quedó muy bien la ropa que les llevé. Tomás es un gigantón de cinco meses, y yo le había comprado ropa para un niño de nueve. Le quedó con las justas.

El viaje en el avión fue de lo mejor. Fui atendido de la mejor manera, tanto por Gladys, la persona que me ayuda en casa y que me acompañó en esta aventura, como por el personal a bordo. Era un avión más grande que una catedral. Como mi silla de ruedas no cabía por el pasillo, me pasaron a una con las dimensiones exactas, especial para los pasadizos de la aeronave. Todo fríamente calculado. Eso si, tenía que pasar con los brazos cruzados como momia egipcia.

Me encontré con gente linda, además de mis hijos. Con mis consuegros Juan y Magnolia, a quienes agradezco sus atenciones y por haberme hecho pasar una linda Nochebuena. Con Juan hemos hecho una bella amistad, como dijo Rick Blaine en la escena final de Casablanca.

El Año Nuevo lo recibimos en la casa de mi segundo hijo, junto con sus suegros, precisamente Juan y Magnolia. Mi hijo, el dueño de casa, cocinó el enrollado de lomo más rico que he comido en los últimos tiempos. Después salimos a ver los fuegos artificiales, todos disfrazados. A mí me pusieron una corbata como de 20 centímetros de ancho, con unas bolas de colores sobre fondo negro, con un enorme sombrero de copa color amarillo. Los demás iban con máscaras, collares luminosos, unos aparatos que lanzaban confetti (eso que acá conocemos como pica-pica). Es deicr, todo un festivo despelote.

En tres oportunidades, recibí la visita de Tato, uno de mis grandes amigos chilenos. Con él mantuve una conversación de un contenido altamente existencial. Cómo no, también hablamos de lo que significa el 2012 para mucha gente. Imagínennos, arreglando los problemas del mundo con Tato, sentados bajo un árbol en una calle santiaguina... ¡a 34°C a la sombra! No llegamos a arreglar nada, pero la conversa estuvo de primera.

Marcelo y Coca me invitaron a su casa el 25 de diciembre a comer las sobras de la noche anterior, que dicho sea de paso, estuvieron deliciosas. Yo me la pasaba alabando la cocina de Gladys, y fueron tantos los halagos que Coca me tomó la palabra y le pidió que preparara cebiche para unos días más adelante. Así que repetimos la visita, con una fuente de cebiche por delante para cada uno de los comensales. A la Poly, hermana de Coca, no la vi hasta el día del cebiche. Ni a mí ni a ella nos gusta el cebiche, pero ese día ella se lo comió con un gusto enorme.

A fin de cuentas, todos aquellos que conocieron a Gladys querían que se quedara por tierras chilenas.

También llegué a conocer a Esteban y a Teresa, su señora. Son personas encantadoras, que te envuelven en un halo de simpatía, calidez, bienestar, con una conversación interesantísima, llena de temas muy variados, tal como se puede apreciar en el blog de Esteban. De hecho, para mí fue un honor conocerlos en vivo y en directo.

Pasaron muchas cosas más, pero no quiero aburrirlos. Redondeo diciendo que fue un viaje memorable, de principio a fin. Gracias a todos los que hicieron posible que estos días fueran lo que fueron.

Como prometí... volveré.