jueves, 27 de septiembre de 2012

Nueva moda: call centers

Aunque los trapitos sucios se lavan en casa, me siento en la imperiosa necesidad de compartir con mis blogueros amigos de otros lugares para que se enteren de una nueva moda que se está imponiendo en el Perú, que es el país de la moda.

Es algo que me tiene harto y casi vuelto loco, cosa que creo que le está pasando a la gran mayoría de mis paisanos que se ven afectados por esta novedad. Se trata de los call centers, que de un momento a otro y a las horas más inadecuadas, provocan que suene el teléfono, lo que ocasiona que uno deje de hacer lo que está haciendo para contestar la llamada, solamente para descubrir que al otro lado de la línea una voz desconocida muy atenta, masculina o femenina te saluda en una forma super atenta.

Lo primero que hace la persona que llama es presentarse, con nombre y apellidos, e indicar el nombre de la empresa a la que representa. Después pregunta por mí, con mi nombre y apellidos completos, o por alguien que pueda tomar decisiones. A continuación, trata de tentarme con ofertas de su empresa representada, que generalmente es un banco, una empresa de telefonía o de comunicaciones (especialmente una trasnacional europea mundialmente conocida), una (nada pacífica) compañía de seguros, y me ofrecen el oro y el moro.

Al inicio, mis respuestas eran que ya tenía el producto, que ya estaba asegurado o que ya contaba con teléfono, cable e Internet (conocido como trío). Pero la persona, que parece tener un libreto entre manos, sigue leyendo hablando maravillas de sus productos, sin siquiera parar para escuchar lo que tengo que decir. Ojalá se portaran así cuando se malogran sus servicios o cuando queremos reclamar un reembolso por un producto defectuoso o cuando queremos hacer efectiva alguna de las maravillas con la que nos engancharon hace buen tiempo.

La cosa es que te llaman entre cinco a diez veces al día, a veces la misma persona, para ofrecerte lo mismo cada una de esas cinco o diez veces. Es verdaderamente desesperante. No solamente por el fastidio de tener que dejar de hacer lo que sea que esté haciendo para contestarles, sino porque lo considero una invasión impune de privacidad, para ofrecerme productos y servicios que no quiero y que si quisiera, solicitaría directamente sin esperar a que me cayera del cielo una llamada que tenga exactamente lo que quiero.

Se meten a la mala a tu casa, como avezados ladrones, a invadir lo que considero debe ser un remanso de paz y tranquilidad. ¿Qué los autoriza a actuar así? ¿Qué atribución creen tener para una irrupción de esta naturaleza? No se amilanan ni cuando uno los amenaza con denuncias a los organismos competentes, ni con los maltratos que a veces parecen merecer por impertinentes.

Dentro de poco se contagiarán vendedores de salchichas, de pan, la bodega de la esquina y probablemente hasta las funerarias. Ya me imagino el libreto de estas últimas.
- Aló, buenos días, le habla una representante de La Buena Muerte y Hermanos S.A. ¿Hablo con el señor Cyrano Eduardo Martinete y Pinzón?
- Si soy yo.
- Señor don Cyrano, buenos días -sí, te vuelven a saludar-, nuestra empresa tiene una oferta que usted don Cyrano no se puede perder. Pero primero quisiéramos saber si tiene usted unos minutos para contestarme unas pequeñas preguntas...
- No, ¡no tengo tiempo!

Entonces, continuaría como si nada.
 - ¿Ha pensado usted suicidarse en los últimos seis meses? ¿Tiene usted algún familiar cercano que acaba de fallecer? Pues mi empresa le ofrece los mejores ataúdes y crematorios que usted se pueda imaginar...

Ya se imaginan cuál sería mi respuesta.

Por ahora, cuando llaman, simplemente les cuelgo el teléfono.

martes, 18 de septiembre de 2012

¿Tiempos descartables? - Un envío de Coco

Recibí este artículo del escritor uruguayo Eduardo Galeano de un querido amigo del mi promoción del colegio, o sea, de hace un montón de años, al que llamaré Coco.

Coco se fue a vivir a Estados Unidos hace un millón de años, pero siempre se hace presente a través de Internet, con muy interesantes envíos a todos los compañeros. Así que siempre no está poniendo al día con sus ocurrencias.

Esta vez, no puedo dejar pasar el artículo que leerán a continuación. Aunque tal vez alguno de mis amigos lectores ya conoce este texto, pues está circulando en Internet. Me pareció que valía la pena compartirlo con ustedes.
-----------------------
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media suelas de las zapatillas Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII).

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan . Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo’. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenéis esté en buen estado. ¡¡¡¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo). Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver.. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de teléfonos móviles. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'Maruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'Maruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
¿No les pareció estupendo?

viernes, 7 de septiembre de 2012

Cuenta conmigo

A mis lectores, esta es una entrada muy especial, dedicada a ustedes y muestra la amistad y solidaridad que debe haber entre todos nosotros, a través de los distintos países y de quienes habitan esos distintos países.

¡Va por ustedes!


El día que me necesiten, cuenten conmigo.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Oma

Duendes Muti, los vi cuidando las flores de un montononón de colores. La Oma se pondría feliz en ese jardín. Ella gusta mucho de las flores, vive en un país lejano y bien delgadito, por eso la gente linda le dice Chilito. Muti, ¿¿¿se pueden mandar flores por Internet???
---------------------------
 El 16 de agosto, apareció en el blog de AleMamá una entrada titulada Para Maya en 50 palabras, y nos lanzó un reto de poder hacer lo mismo: escribir un cuento con 50 palabras. En mi comentario le dije que para mí era sumamente difícil hacer eso, pero incumpliendo con mi negativa inicial, me he lanzado a escribir un cuento de 50 palabras, incluido el título. Y ahí lo tienen, encabezando esta entrada.

Nota: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.