viernes, 19 de noviembre de 2010

Los inicios

Llegamos a Santiago y nos instalamos en Las Condes. Luego de una serie de intentos para encontrar trabajo, conseguí entrar a la Comisión Interamericana de Paz primero y al Programa de Naciones Unidas para el Desarroll0 (PNUD) después. Hasta ese momento, aparentemente mi salud estaba bien. Esto lo sé por los exámenes médicos por los que tuve que pasar para entrar al PNUD.

Algunos meses después, me comenzó un dolor en la pierna derecha que más adelante pasó a la izquierda. No le hice caso al dolor de las piernas, aunque me hacía caminar más despacio. Así seguí con mi vida.

Pero el dolor fue aumentando hasta hacerse casi insoportable.

El tremendo dolor de piernas empeoró con el frío que me hacía padecer, cuando tenía que caminar para tomar el bus al ir a trabajar. Como por arte de magia, de un día para otro, me desapareció el dolor, pero noté que al caminar arrastraba en forma casi imperceptible la pierna izquierda.

Tras un año en Chile regresé al Perú, con ese arrastrar de la pierna casi imperceptible ya permanente al que, dicho sea de paso, ya me había acostumbrado.

Algún tiempo después, ya viviendo en Lima, el dolor a las piernas regresó. Además me comenzó un dolor a los brazos y sentí que no podía controlar bien el brazo derecho. Como temía todos los dolores se intensificaran y llegaran al punto al que llegaron mientras viví en Chile, recurrí a Jaime, mi médico de cabecera, que me recetó la primera pastilla para el Parkinson. Eso si, no me dijo que era para el Parkinson (no sé si por distraído o por no alarmarme pues Jaime es un hermano para mí) y me recomendó que buscara a una neuróloga, la doctora Pilar.

Debo confesar que no hice caso de esta última recomendación. Luego empezaron los dolores por todo el cuerpo. Había días que tenía que dormir en el suelo porque ahí me sentía menos incómodo.

Un día, mientras me duchaba, sentí que el brazo izquierdo no alcanzaba el lado derecho de mi cuerpo y había días que el brazo derecho se me iba para cualquier lado sin que pudiera controlarlo. Cuando este alocado movimiento se presenta solo, se le denomina síndrome de mano ajena. Que quede claro entonces que son movimientos de tus brazos o manos que tú no quieres efectuar, pero aun así el brazo se te mueve para cualquier parte sin que puedas controlarlo.

Había comenzado entonces la discinesia, que son esos movimentos anormales e involuntarios, propios de las enfermedades del sistema nervioso como el Parkinson.

Debo decirles que a veces era divertido. Un día en el colegio de Matías, mi cuarto y último hijo, hablaba con la directora cuando en eso se me comenzó a disparar el brazo derecho y terminó estacionándose encima del pecho de tan ilustre dama. En ese momento, el tiempo se congeló, y yo empecé a sudar frío mientras imaginaba que los demás padres de familia estarían suponiendo por qué mi pequeño (que era terrible en conducta pero muy bueno en el campo académico) era el primero de la clase. A la semana me enteré de que la propia directora me había rebautizado con el apelativo de el agarrateta. "Cuidado que por ahí viene el agarrateta"... era la frase mas conocida y, para mí, la más divertida del momento.

No sé si por amor propio (por eso del agarrateta) o por sufrimiento, ya casi encorvado, con el brazo cada vez más frecuentemente sin control y casi sin poder caminar, fue entonces que, junto con mi amigo Manolón y mi amiga Gaby, decidí visitar a la doctora Pilar. Ella, con apenas mirarme el día que fui a su consultorio, me dijo "¿hace cuánto tiempo tiene usted Parkinson?"

Sabio Jaime y sabia la doctora Pilar. El único que no había sido sabio era yo, que debí haberle hecho caso a Jaime y buscado a la doctora Pilar tiempo antes, cuando él me lo recomendó.

Hasta el próximo post.

2 comentarios:

  1. En medio de toda la confusión de esos tiempos, es bueno ver que por ahí supiste encontrarle un lado divertido al asunto.
    Como dijo Esteban en un comentario anterior: ¡felicitaciones! No debe ser nada fácil revelar lo que estás revelando.

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