Mi casa queda muy cerca de todo, en un radio de cinco cuadras encuentro bancos, supermercados, cines, librerías, cafés, restaurantes de todos los precios, heladerías, hoteles, artesanías, tiendas por departamento, casas de cambio, una oficina de correos, encima con la tremenda ventaja de tener el mar apenas a dos cuadras.
Entre las muchas cosas que puedo encontrar en paseo por las calles de mi barrio están paredes de todo tipo, desde las muy cuidadas y limpias hasta las que están en total abandono, deterioradas y en estado lamentable. Esas son las paredes que revisten mayor interés, pues no pasan desapercibidas a los ojos de los artistas callejeros que son los grafiteros. Y en poco tiempo, una pared abandonada se convierte en una obra de arte, colorida, llena de vida. En fin, pasa a ser una de las tantas paredes que hablan.
Soy consciente de que los grafiteros están prohibidos en muchos lados. Acá se les aprovecha para mostrar su arte de grandes pintores al paso.
Al paso estaba yo el día que les contaba en las primeras líneas de esta entrada, cuando por atener el teléfono Gaby se dertuvo para poder hablar. Estábamos en plena avenida Larco, muy miraflorina, cuando llegó una muchacha que llevaba en la mano una cadena que en su otro extremo tenía a un tremendo perro muy lanudo, tan lanudo como manso y enorme. Y era realmente grande. El perro y yo nos miramos, debe haber sido una conexión que creí dormida desde los tiempos de mi querido y siempre recordado Leo que me acompañó fielmente durante 18 años, pero la cosa es que el perro se me acercó sin dudar, directo a lamerme la mano. A pesar de su tremendo tamaño, no sentí la más mínima aprensión, me dejé lamer. La dueña, sabiamente, lo cortó tan mágico momento. Se paró y miró sonriente, dejó que un extraño acariciara a su perro, dejó que su perro fuera acariciado por un extraño.
Unos momentos después, la mujer jaló al perro, Gaby cortó la llamada y cada quien siguió su camino. Nosotros entramos al banco. Mientras esperábamos nuestro turno de ser atendidos, vi por los ventanales del banco al mismo perro, a la misma dueña, rodeados de siete personas con el inconfundible aspecto que tienen los turistas, todos mirando al perro, algunos acariciándolo, algunos conversando con la mujer. El can estaba feliz, y se notaba.
Me llamaron a la ventanilla y ya no vi más. Terminada la gestión, ya la escena de la calle había cambiado, no vi al perro por ninguna parte. Y además vi nuevos grafitis, uno en la puerta de una bodega y otro, mucho más colorido, un poco más adelante.
Me gustó tanto que no me resistí a tomarle una foto, y a publicarla en este blog.
¡Nos vemos a mi vuelta de Chile!