jueves, 24 de octubre de 2013

Y yo sigo aquí

He estado algo ausente de este barrio virtual. Como les conté en una entrada anterior, estuve muy dedicado a la preparación de mi libro, que se está vendiendo bastante bien. Fueron meses intensos de redacción, corrección y afinación de detalles finales que felizmente llegaron a buen puerto, gracias a la ayuda de muchos amigos que acompañaron en este camino.

De otro lado, hace poco menos de tres semanas, me sometí a un tercer implante de células madre con un procedimiento diferente a los dos anteriores. No solamente el procedimiento duró menos, casi la mitad, sino que los resultados han sido visibles mucho más rápido y de manera más notoria. He reducido la cantidad de pastillas diarias, y lo más importante es que estoy dando pasos sin ayuda. Todavía estoy en la etapa de caminar lento, pero la parte a destacar acá es CAMINANDO. Además de eso, no dejo mis ejercicios de bicicleta estacionaria, meditación y pensamiento positivo. Por supuesto, no puedo dejar de mencionar que la oración es una presencia imprenscindible todos los días.

Todas estas explicaciones se me hacen necesarias para que todos ustedes estén enterados de que este silencio tiene buenas razones. A pesar de no escribir tanto como me gustaría y de haber reducido la frecuencia de mis visitas a sus blogs, quiero que sepan que los tengo siempre presentes, que a veces leo sus entradas silenciosamente, sin comentar, pero con la sensación de ser parte de este genial mundo virtual.

En resumen, todo está bien. Yo estoy bien, lleno de novedades buenas como pueden ver. Y quería compartir las buenas nuevas con ustedes.

Gracias por estar ahí.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Fin del suspenso

Ahora que estoy de vuelta en estos barrios blogueros puedo contarles de qué se trataba ese secretísimo y misterioso proyecto que estos últimos meses me tuvo alejado de Columna 17 y de ustedes, mis queridos amigos y lectores.

Con orgullo pongo en su conocimiento la publicación de mi libro "El párkinson y yo", impecablemente editado por una universidad privada peruana cuyo fundador y personas que prestan sus servicio se han portado conmigo de una manera tan atenta y eficiente que me faltan palabras para agradecerles por su participación en esta aventura.

Se trata de un relato desde mi experiencia como paciente con el mal de Parkinson, con un breve recuento de mi vida con esta condición médica, de mis peripecias cotidianas sazonadas con anécdotas graciosas y de las otras, desde que aparecieron las primeras manifestaciones hasta estos momentos. El libro está escrito en primera persona de una forma franca, y yo diría hasta brutalmente descarnada, con la idea de compartir lo que he ganado en experiencia en estos años en que Mr. Park ha sido mi compañero obligado.

Finalmente, es un libro dirigido a pacientes con párkinson, a las familias y amigos de esos pacientes y al público en general en un lenguaje de fácil comprensión que, espero sea del agrado de todos.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La risa, mi remedio infalible

Hace muy pocos días, mi hijo menor me envió un mail que me llevaba a un video con varias recomendaciones para que los que tenemos el mal de Parkinson puedan sentirse mejor. Es un video de un médico que da una serie de recomendaciones que permiten que, sin tomar pastillas, los síntomas propios de esta condición desaparezcan, al menos por un momento.

Como conclusión saqué que había que eliminar el estrés y que la mente es un arma sumamente poderosa capaz de producir estrés, pero también capaz de producir el efecto contrario, es decir, paz y tranquilidad.

Debo confesar que estoy pasando por días de estrés debido a muchos factores, de los cuales el principal son retrasos en el proyecto del que he dado indicios a mis lectores, retrasos que son ajenos a mi responsabilidad y control. Comprenderán que no me siento en capacidad de sentarme a escribir una nueva entrada cuando mi mente está en otro lado. Gracias a los que preguntaron por mí intrigados por mi inusual silencio.

Aplicando las recomendaciones de este doctor, que en realidad pongo en práctica desde hace tiempo por puro instinto y sentido común, en las mañanas me siento frente a la computadora cantando, tarareando melodías que deben estar ocultas en algún recóndito rincón de mi mente, me repito que estoy bien, que las cosas van a salir a pedir de boca, trato de reírme de las cosas más tontas, entre otras pequeñas tácticas. Y puedo decir que la mente puede atraer lo bueno si nos proponemos a pensar solamente en lo bueno.

En esa onda estaba cuando hoy, miércoles 11 de setiembre de 2013 a las 7:30 am, sonó el teléfono. A esa hora ya estoy frente a mi pantalla con vista al mundo aunque no puedo hablar. Aun así contesté y al otro lado de la línea estaba la única prima mayor que yo. Es una prima a la que quiero mucho, es una mujer sumamente valiosa y que siempre ayuda a los demás (orgullosamente puedo decir que estoy entre esos demás) sin dudar con la gran caracterísitica de tener un genio muy fuerte que si fuera niño me haría recordar al cuco. A la vez, es dulce y cariñosa y con los pies bien puestos en la tierra. Una extraña combinación que la convierte en ese ser especial al que quiero tanto.

Bueno, era mi prima y luego de los saludos de rigor me dijo:
- ¿Sabes por qué te llamo?
- No -contesté francamente.
- ¿No sabes? -me replicó, con un tono que me hizo pensar que hoy pasaba algo que yo TENÍA que saber. Mi cabeza giró a mil por hora, pero nada, cero.

Y así se lo confesé, sabiendo que me arriesgaba a una recriminación de su parte, a lo que ella prosiguió:
- Te llamo porque hoy es el cuarto anivesario de la muerte de tu madre y simplemente quería reiterarte mi pesar por su ausencia. Sabes muy bien que a mi tía la quería muchísimo, que era una gran mujer, que siempre la sentí y la siento muy cerca de mí y llamaba para recordarla junto a ti.

Me quedé de una sola pieza. Las lágrimas llegaron en tropel a mis ojos, pero aguanté a pie firme. Le agradecí y me dijo que también iba a llamar a mi hermana, que vive fuera del Perú para decirle lo mismo.

Cuando colgué, en lugar de sumirme en la pena, comencé a elaborar pensamientos positivos de los momentos felices que pasé con mi madre, de los momentos felices que ella tuvo, de sus bromas, de cómo festejaba su cumpleaños casi con tono infantil y tirando la casa por la ventana. Así celebró  hasta su último cumpleaños.

Contándoles este comienzo de mi día es que marco mi regreso a Columna 17 después de un largo e involuntario silencio. Estoy de vuelta, espero que me hayan extrañado. Y mucho, porque yo sí los he extrañado. Mucho.

viernes, 23 de agosto de 2013

De tecnología y algo más

Hay un comercial de una empresa prestadora de servicios de telefonía celular que me trae graciosos e insolitos recuerdos de una persona muy cercana mí, o sea yo. En este comercial, se ve a un muchacho de unos 20 años a punto de subirse a una moto mientras habla por teléfono celular con su abuelo. Ya se están despidiendo cuando el abuelo le dice, como algo casual:
- Oye hijo, ¿cómo hago para mandar una foto por e-mail?

El muchacho pone cara de infinita paciencia y procede a explicarle el procedimiento, lo que ya no se ve en el comercial.

Les confieso que me he sentido plenamente identificado con el caballero que le pregunta al nieto sobre cómo hacer para salir de los problemas que le da la computadora, o la máquina del averno, como la denomina este pechito. Me sucede no solamente con la computadora, sino también con el televisor, con su respectivo decodificador y, finalmente, con los teléfonos celulares.

Tres aparatos que, si bien no me tienen loco, me tienen como un hombre al borde de un ataque de nervios.

Por el párkinson que llevo encima muchas veces tecleo una letra por otra o el dedo se me queda pegado y la letra se repite innumerables veces, paso por movimientos que causan que me salgan diversas cosas en la pantalla, ya sea un cuadro dándome informacion estadística de los habitantes del Peru o listas interminables de nombres que no entiendo qué hacen ahí.

Muchas veces que quiero salir del embrollo en que me he metido procedo a hacer la llamada en cuestión, ya sea a uno de mis hijos o a Gaby, quienes me contestan algo así como: "lleva el cursor hasta la flechita roja que está a tu derecha de la pantalla, en la parte de arriba". Procedo a hacer la operación indicada, pero cuando llego al destino... resulta que no encuentro la tal flechita roja.

Otra respuesta típica puede ser: "aprieta ALT + F4 para cerrar esa ventana y luego abres una nueva". Primero tuve que aprender qué es el cursor, y ya sé que es esa flechita que nunca encuentro porque se va por cualquier sitio de la pantalla. Estoy seguro de que entre el mouse, que supuestamente controla el cursor, y el cursor hay un divorcio tremendo. O no hablan el mismo idioma. Ya sé también qué es una ventana, que no tiene nada que ver con ese invento para mirar a través de las paredes. Ambas cosas las descubrí solo, por simple amor propio y para evitar preguntar: "¿qué es el cursor?", o la ventana, respecitvamente.

A veces estoy escribiendo de lo más feliz y no sé qué aprieto que la ventana se me achica, y se me ponen los pelos de punta pensando que ya perdí todo mi arduo trabajo de horas. Pero resulta que no es así, felizmente. Solamente debo restaurar la ventana, o maximizarla, como dicen que se llama.

La cosa es que termino lanzando un SOS para que alguien salve esta alma perdida y deseperada, y la cosa es que siempre termino escuchando respuestas como "maximiza la ventana", "dale UNDO", "redúcele la los pixeles" y otras cosas por el estilo.

Como anécdota, hace muchos años, antes de que yo siquiera soñara con usar una computadora del puro miedo que me daba el aparato, y menos aun tener un blog, mi segundo hijo me dio su dirección de correo electrónico. Yo apuntaba diligentemente lo que me dictaba: "segundohijo, todo junto, arroba yahoo punto com". En vez de escribir segundohijo@yahoo.com, yo escribí "segundo hijo todo junto arroba yajú punto com". No exagero.

Esta es mi historia con la computadora. Mi lucha diaria, diría yo. En cuanto al televisor, lo que me complica la existencia es el bendito decodificador. Para empezar, hay dos controles remotos, uno para el televisor y otro para el decodificador. Bueno pues, a acostumbrarse, ni modo. El control remoto del televisor solamente lo uso para prenderlo y apagarlo, así que una vez prendido lo dejo a un lado... hasta que tengo que subir o bajar el volumen, porque resulta que cada aparato lo tiene aparte. En una de esas, la pantalla se me achica y ahí sí que viene la crisis porque llamo a uno de mis rescatadores o llamo a la misma empresa para que me auxilien. Uno u otro, siempre viene alguien en mi rescate.

Finalmente, donde me confieso inepto tecnológico total es con las funciones del teléfono celular. Y eso que mi teléfono es bastante simple, bueno, simple para los tiempos que corren porque resulta que toma fotos y hasta tiene grabadora. No me imagino usando uno de esos teléfonos que se manejan tocando la pantalla, que agrandan y achican fotos solamente con tocarlas, que mandan mensajes SMS (ni siquiera sé cómo se manda uno de esos) a teléfonos en otros países, entre otras tantas cosas que no quiero ni imaginar. Piensen además que debo hacer todo eso con el temblor del párkinson. De los mensajes de texto no quiero ni hablar.

Esos son los gajes de vivir en un tiempo muy diferente del tiempo en el que crecí, donde para llamar por teléfono simplemente marcaba con un disco y esperaba que timbrara. No tenía que tener señal, ni crédito, ni batería. Ni tampoco escuchaba a una dama que me invitaba a dejar mi mensaje en la casilla de voz. Aunque debo admitir que tampoco se podía ver ni oír a quienes vivian fuera de nuestras fronteras, como hago ahora con mis hijos y nietos que viven en Chile. Hasta podemos conversar mientras nos vemos gracias a algo que se llama Skype y que... tampoco sabría cómo funciona si no fuera por las indicaciones bien escritas que tengo al lado de mi computadora.

Bienvenida la modernidad.